Lágrimas del pueblo coreano


A las 12 del la mañana del pasado 19 de diciembre, al publicarse la triste
noticia sobre el fallecimiento del Dirigente Kim Jong Il, la República
Popular Democrática de Corea se convirtió en un santiamén en un mar de
lágrimas.
El pueblo entero prorrumpió en llantos: unos golpeaban el suelo con el
puño, otras se agitaban violentamente, los ancianos desfallecían, los niños
pataleaban por la ansiedad que los embargaba…Lloraban lágrimas de sangre.
Entonces, ¿por qué tan profusas e intensas lágrimas que emocionan al
mundo entero?
Kim Jong Il, figura eminente reconocida por la comunidad internacional,
ha sido para el pueblo coreano no solo un gran Dirigente, sino además un
afectuoso padre con quien ha mantenido vínculos inseparables. El lo amó
intensamente y con él compartió las alegrías y las penas. Entregado de lleno
a la edificación de un Estado poderoso y próspero y el mejoramiento de la
vida poblacional, continuó, sin descanso ni tregua, la marcha forzada
realizando superintensos viajes de orientación, hasta que falleció en un tren
en cumplimiento de su deber, a causa del acumulado agotamiento físico y
mental.
Los coreanos no han podido asimilar su deceso. No se habrían
sorprendido tanto ni sentido tanto dolor, si se les hubiera venido abajo el
cielo y hundido la tierra. Siempre asociaban con él su destino y su felicidad.
No casualmente abrían su corazón cantando Sin Usted no hay la Patria, ni
nuestra existencia y se planteaban como una convicción defenderlo a vida o
muerte.
A los cuadros y empleados del Supermercado de Kwangbok de
Pyongyang, última unidad orientada por el Dirigente, no les cabía en la
mente que este, a quien habían encontrado tan entusiasta hasta hacía pocos
días, falleciera tan repentinamente. Deshechos en lágrimas, expresaron:
“Cuando el estimado General nos visitó y, satisfecho por el
levantamiento de un moderno centro comercial, dijo que esto le daba cierto
alivio, sentimos una alegría irreprimible.”
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“En aquel momento, aunque sabíamos que toda su mente iba dirigida por
el pueblo, no imaginábamos siquiera cómo se encontraba físicamente. No
merecemos ser sus soldados y sus hijos.”
“Cuanto más recordamos al General paternal quien, padeciendo todas las
penalidades, continuó el camino de orientación hasta el último momento de
su vida en aras del bienestar del pueblo, tanto más intenso es nuestro dolor”.
Un poeta, quien puso letras a Azul cielo de mi país, una de las canciones
preferidas por el pueblo coreano, apareció apoyándose en el bastón en una
plaza céntrica de Pyongyang y, dando puñetazos en la tierra, exclamó:
“No veo el cielo. Ese cielo que siempre era azul cuando vivía el General,
hoy no lo veo.”
A los cuadros, técnicos y obreros del Combinado de Maquinaria Ryonha
de Huichon, abanderados en la tecnología de CNC gracias a la esmerada
atención e incansable orientación de Kim Jong Il, les sobran razones para
sentirse profundamente apenados.
“General, ¿Acaso no nos hizo la promesa de que volvería a visitar
nuestra fábrica con un ramo de flores, cuando tuviera la noticia de que
habíamos producido una máquina matriz? ¿Cómo puede alejarse de nosotros
sin antes cumplirla? Usted no se debe ir.”
Derramando las lágrimas, todos los coreanos juraron:
“¡El General Kim Jong Il vivirá eternamente en nuestro corazón!”
“¡Seguiremos de corazón y con lealtad la dirección del General
Kim Jong Un, fiel heredero de las cualidades de Kim Jong Il!”
El llanto del pueblo coreano es, más que una mera expresión de tristeza,
la demostración por excelencia de la unidad monolítica de una comunidad
en que dirigente y pueblo comparten el mismo destino, el reflejo de la
convicción y el juramento de toda una sociedad de seguir de modo
consecuente el pensamiento y la dirección de su líder, así como la
cristalización de la idiosincrasia de una nación, ardiente como la lava
volcánica, limpia como el cuarzo y fuerte como el diamante.
En el mundo no hay fuerza capaz de detener el avance de la nación
coreana, dispuesta a enaltecer eternamente al Dirigente Kim Jong Il y ser
fiel a su ideología y causa por los siglos de los siglos.

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